domingo, 4 de abril de 2010

Hasta más ver!

Esta carta iba a salir en una revista (que parece que ya no sale) era la respueta a la carta de un amigo que se publicó en el primer, y único número (maldita maldición). Él tenía un personaje, el nombre era un anagrama de su propio nombre completo: Arslaieg Cordra Bobec (un poco conceptual, un poco literario); yo tenía otro (un poco escondite, un poco lo primero que te venga a la cabeza); nos puse un nombre que a todos les pareció bonito: Boris Beckett.

Ahora releo la carta y pienso que bien podría ponerle punto final a este blog, que fue casi siempre anónimo (o intrascendente), pero como cualquier cosa que se escriba le habla a alguien., para que escuche o lea, de un modo u otro . Asumo sin pesar que desconoció la éfimera fama de la virtualidad,;si tendió algún puente, puedo pensarlo con alegría. Yo conocí algunas cosas interesantes. Tal vez en algún momento quiera tener otro, o decida hacer algo, otra vez (con estas tablas.) Por ahora restringo mi hacer cibernético sólo a las tareas colectivas.


Hasta más ver! (lucecitas encendidas por los cables).



Recibí tu carta, no me sorprendió que no tuviese remitente, o tanto como el hecho de que yo aún conserve el mismo. La magnitud de nuestra distancia me es, entonces, desconocida. Sin embargo, tengo la extraña seguridad de que podría encontrarte si saliese ahora mismo. Vos tomarías el mate en el que casi nunca te acompaño, gambetearíamos, con la belleza del sol en la plaza y los cigarrillos baratos, esa parte de nosotros que padecemos, como un polvo en la piel (imperceptible).

La urgencia de tus palabras, el ardor casi estático de la desesperación de tus preguntas, me encuentra, a mí también, en una noche sin viento, fatigada de insectos y aburrimientos suicidas. Hace tiempo que mis fiebres de lucidez han bajado, duermo mucho y casi nunca tampoco recuerdo nada, que pueda decidir… No puedo darte garantías de vos, menos de mí. Olvido mis deseos y asisto como un espectador distraído al teatro de mis obsesiones. Mis sueños son exigentes, imprecisos y fantásticos, como los de cualquiera. Al despertar, los veo en la cama desordenados entre la ropa y las frazadas. Cuando cruzo el patio para ir al baño, dejo abierta con disimulo la puerta; es un pacto silencioso, les doy tiempo para que partan y me dejen reencontrar con la ropa y las tostadas. ¿Cómo son tus mañanas? ¿Son aún los fragmentos dispersos de las conquistas de la noche? Me gustaría saber éstas cosas, y también que el fondo del aire se llenara ahora mismo de la canción con la que saludas al sol que te ve salir desde el balcón.

Creo que las cosas pueden hacerse sin creer, con la misma fuerza que gotea de los zapatos que nos hartan en subtes y pasillos. Pero para eso precisamos recogerlo todo, saltar del tren en movimiento y partirse de algún modo la cabeza: “No tenemos tanto tiempo, dijo Juan el inmortal”.

Recuerdo cuándo hacías del olvido una forma de la libertad, me animabas diciendo que al olvidarlo todo, todo empezaba de algún modo de nuevo. Lo que nunca decía (tal vez porque entonces no sabía cómo decirlo) era que no se trataba del olvido, sino de la estampida de todo y quedarse uno allí con la memoria saturada pero imprecisa y sin contenido. Algo que está antes de la lengua y el tacto, como la persistencia de la que hablas, que es una desaparición también… La memoria puebla aquí como una sustancia, un animal que vive adentro de nosotros, como ella, como la canción que machacaba mi cabeza, un disco de acero en la alarma de la fábrica de noche. Lo peor de todo, creo saberlo ahora, es que no se trataba de ninguna de estas cosas, lo entendí más tarde, o nunca quise verlo.

Y esto que queda es una arcada de pura saliva, la nostalgia fácil y dulce de una canción de fin de mundo, pero también una sonrisa, burlarse un poco, saludar al aire, sacar el pie antes de que la pileta se vuelva solo pura gravedad y sangre, y sean nuestros cuerpos inertes los que naden por nosotros. Vuelvo a deambular por la calle, estoy yendo para allá, camino sin rumbo y no es que sepa adónde ir. Me despido, la lúcida alucinación que sostuvo a este cuerpo el tiempo suficiente para organizar estas palabras se hace ceniza, que silba sobre sí misma y se desvanece en la invención de esta escritura que te mando.

sábado, 3 de abril de 2010

It`s all right ma (I´m only bleeding)

Para S., que interrumpió una conversación para decirme: "guau loco, la música que estamos escuchando", y me lleno de alegría (por la afición compartida).
Y tenía razón, entre los árboles y bajo la llovizna del camping, la voz de Bobby que salía de la camioneta tenía un filo y una fuerza que me hizo sentirla como nueva. En ese momento, recordé a Valery: "un poema es un prolongado titubeo entre el sonido y el sentido". Si uno escucha la canción, aunque no sepa inglés (como mi caso), entenderá la no del todo arbitraria pertinencia de la idea.




La oscuridad al romper el mediodía
ensombrece hasta la cuchara de plata
la cuchilla hecha a mano, el globo del niño
eclipsa tanto al sol como a la luna,
sabes demasiado pronto
que no tiene sentido tratar de entenderlo.

Aguzadas amenazas
me engañan con desprecio,
observaciones suicidas se rompen,
la boquilla de oro del cuerno hueco del loco
toca palabras baldías
que demuestran advertir
que el que no está ocupado naciendo
está ocupado muriendo.

La página de la tentación
sale volando por la puerta,
la sigues, te encuentras en la guerra,
contemplas cataratas de rugido piadoso,
sientes ganas de quejarte,
pero a diferencia de antes,
descubres
que sólo serías
una persona más llorando.

Así que no temas si oyes
un sonido extraño en tus oídos,
todo está bien, ma, sólo estoy suspirando.

Mientras algunos anuncian la victoria,
otros la derrota,
razones personales grandes o pequeñas
pueden verse en los ojos
de los que piden
que se haga arrastrar
todo lo que se debería matar,
mientras otros dicen que no odies nada
excepto al odio.

Palabras desilusionadas ladran como balas,
como dioses humanos
que apuntan a su blanco,
hicieron de todo,
con pistolas de juguete que echan chispas
a Cristos de color carne
que brillan en la oscuridad,
es fácil ver sin mirar muy lejos
que no hay muchas cosas
verdaderamente sagradas.

Mientras predicadores sermonean
destinos perversos,
maestros enseñan
que el conocimiento espera,
poder mandar sobre centenares
de monedas de dólar,
la bondad se esconde tras sus puertas,
pero incluso el Presidente
de los Estados Unidos
debe algunas veces
tener que quedarse desnudo.

Y aunque las reglas de la carretera
se hayan formulado,
son sólo juegos de la gente
que tienes que eludir,
de acuerdo ma, puedo hacerlo.

Los carteles de publicidad te engañan
para que pienses que tú eres el único
que puede hacer lo que nunca ha sido hecho,
que puede lograr lo que nunca se ha logrado,
mientras tanto la vida sigue su curso
ahí fuera, a tu alrededor.

Tú mismo te pierdes, reapareces,
de pronto descubres
que no tienes nada que temer,
estás sólo sin nadie a tu lado,
cuando una temblorosa voz distante,
poco clara,
sobresalta tus dormidos oídos
para escuchar
que alguien piensa que realmente
ellos te encontraron.

Una pregunta se enciende en tu mente
y aunque sabes que no hay
respuesta adecuada que te satisfaga,
asegúrate de no perderla,
de guardarla en tu mente, y no olvidar
que ni a él, ni a ella, ni a ellos, ni a ello
perteneces.

Aunque los señores hacen las reglas
para los sabios y los idiotas,
yo no tengo nada, ma,
con lo que vivir de acuerdo.

Para los que tienen que obedecer la autoridad
la cual no respetan en modo alguno,
que desprecian sus empleos, sus destinos,
hablan con envidia de aquellos que son libres,
hagan estos lo que hagan,
tan sólo para ser
algo en que investir.

Mientras algunos son bautizados por principio
a estrictas ataduras partidarias,
clubes sociales atontados
disfrazan a los intrusos,
a quienes pueden criticar libremente
sin decir nada salvo a quien hay que idolatrar,
y luego dicen que Dios le bendiga.

Mientras, uno que canta con la lengua ardiendo
hace gárgaras en el coro de arribistas,
deformado por las tenazas de la sociedad,
se preocupa no de ir más arriba,
sino de hundirte en el hoyo
en el que él está.

Pero no quiero hacer daño ni poner faltas
a alguien que vive en una tumba,
pero está bien, ma, no puedo complacerle.

Jueces ancianas vigilan a las parejas,
frustradas sexuales, se atreven
a imponer principios falsos,
insultar y mirar fijamente,
mientras el dinero no habla, jura
obscenidad, ¿a quién le importa realmente?
Propaganda, todo es mentira.

Mientras unos defienden
lo que no pueden ver
con orgullo de asesinos,
la seguridad
confunde con más amargura las mentes
de los que piensan
que la honradez de la muerte
no caerá sobre ellos,
la vida a veces tiene que ser solitaria.

Mis ojos chocan de frente con cementerios
atestados de dioses falsos, pisoteo
la mezquindad que juega muy fuerte,
camino de un lado a otro esposado,
doy patadas para romperlo todo,
digo vale, ya tuve bastante,
¿qué más podéis mostrarme?.

Si mis pensamientos-sueños pudieran verse,
seguramente pondrían mi cabeza en la guillotina,
pero está bien, ma, es la vida y sólo la vida.

Descargar Bringing It All Back Home - Bob Dylan

Contraseña: http://soydelmontón.com


viernes, 2 de abril de 2010

Droga para peces


Un niño pesca, un pez y después otro, llama a su mamá a los gritos y corre por el muelle con cada nueva presa, gris y resplandecientes como las nubes que pueblan el cielo. El pez, en general, por pequeño o incomible, una vez hecho el paseo, acaba por regresar al agua. El chico está bien vestido y grita a la madre con la alegre prepotencia de los triunfadores. La mayoría le niega aún su abierta simpatía. Vuelve y saca de nuevo, así varias veces. De a poco lo empiezan a festejar, él mismo ya vuelve algo más ensimismado, como si le pesara dulcemente el desafío de mantener la posición obtenida. Alguien le pregunta: ¿Vos qué usas de carnada, tenes droga para peces?- el niño se queda un segundo pensativo y, algo presionado, responde,: y tal vez, no? La situación se repite una vez más hasta que el anzuelo se engancha entre los juncos; lo indicado sería darlo por perdido, el chico dice que no se puede cortar el hilo sagrado. Se le sugiere que al anzuelo lo reclaman fuerzas subacuáticas. La idea le parece interesante y la repite varias veces convencido (o convenciéndose), mientras agradece, brindando su total atención a como Gabo le arma un nuevo dispositivo. Cuando, habiendo sacado (varias veces) con la nueva línea le preguntan por la clave de su éxito, contesta, con la cara orientada hacia el río, como aquel que no puede descuidar una tarea importante: tal vez sea la droga para peces.



DESCARGAR SEA SEW - LISA HANNIGAN


sábado, 27 de marzo de 2010

Apuntes para una carta



Solo queda padecer

Acabar con esto

La ceniza de los días

Recurro a tus palabras

Se deshacen en la palma de mi lengua
Poner todo en el papel
Me preguntas cómo lo recuerdo
Si vale la pena recordar algo
Porque la memoria puebla como una sustancia

Como un animal que vive adentro de nosotros
Justo vos que siempre me decias que el olvido era una liberación
La única certeza es la enfermedad,

hay un deseo por recuperar algo, tal vez yo sea también parte de la enfermedad
Una pasión sin intensidad, Boris como el fruto de una alucinación lúcida
que la pileta no sea sólo
pura gravedad y sangre
Saltar del tren en movimiento
recogerlo todo
disolverse para no ser
la simple invención de esta escritura


Foto: Cámara democrática


domingo, 21 de marzo de 2010

¿Introducción a la guerra civil?

Pueblada en Baradero: manifestantes apedrean e incendian la municipalidad

Una camioneta de la comuna chocó a dos jóvenes que iban en moto y los mató en el acto. Enfuercidos, decenas de vecinos quemaron el auto oficial y se dirigieron a la sede comunal, donde arrojaron piedras y prendieron fuego.

Vecinos de la ciudad bonaerense de Baradero incendiaron este domingo parte de la municipalidad, indignados por la muerte de los dos adolescentes que fallecieron cuando la motocicleta en la que viajaban fue embestida por una camioneta de inspección de tránsito de la comuna.

Los dos inspectores de tránsito que viajaban en la camioneta fueron detenidos esta mañana de manera preventiva. De todas maneras, el pueblo estalló en bronca. Hugo Portugal, padre de una de las víctimas, señaló que "están todos enloquecidos" en la ciudad por la indignación que les generó la muerte de los adolescentes.



El accidente ocurrió a las 6, en el cruce de Gallo y Belgrano, a cinco cuadras de la plaza principal, donde la camioneta golpeó a los dos jóvenes que iban en la moto. Al llegar al lugar, los familiares de las víctimas prendieron fuego al vehículo comunal y luego se dirigieron hacia la sede de la municipalidad, donde comenzaron a tirar piedras y a incendiarla.

Fuentes policiales informaron que agentes de la comisaría local procuraban detener a los manifestantes junto a miembros de los Bomberos Voluntarios de Baradero.

Fuente: Infobae

sábado, 20 de marzo de 2010

El tren en movimiento



Dice la sabiduría común, y un tanto medicalizada, que las adicciones no se curan sino que desplazan su intensidad a otra parte. En la lógica exasperante de la obsesión no se disuelve un objeto sin antes dirigir a otro la potencia febril y monótona que se destinaba al primero. La salud mental contemporánea, para evaluar la conveniencia de nuestras obcecaciones, se expresa en términos de bienestar y productividad. Pero todo aquel que haya experimentado estos estados y desplazamientos, abriga la fría esperanza de poder zafarse en cada nuevo cambio de circunstancias, como un deportado a Siberia, que espera la chance y el coraje de arrojarse del tren en movimiento.

viernes, 19 de marzo de 2010

Maldición... va a ser un día hermoso



Sé de alguien que ha declarado
contra su moscardón imaginario
impecable testigo de caricias
que se esfumaron cuando bajo la guardia
(dejó)

Pintan mal las cosas para él, mi viejo
pintan mal.
Maldición! Va a ser un día hermoso.

Sé de alguien que enturbia sus sentidos
para tener lugar en la balanza
de las brutales risotadas hemorragias
de la pavada celestial de la avalancha

Pintan mal las cosas para mi viejo
pintan mal.
Maldición! Va a ser un día hermoso.

Sé de alguien que obliga a su aventura
a pagar los platos rotos de la gira
es el rufián arrepentido de los días
el único grito que valía

Pintan mal las cosas para mi viejo
pintan mal
Maldición! Va a ser un día hermoso.


Descargar Bang, bang, estás liquidado - Los Redondos

jueves, 18 de marzo de 2010

Medicina de amor (Charly, tema nuevo)





Voy a comprar un alfajor,
Voy a sacarme el pulmotor del corazón fatal
Voy a correr hasta morir
Voy a tener que subsistir en este drama mal.

Y aunque no pierdo la esperanza
a veces con vivir no alcanza
voy a tomar un poquito más,
de aquella medicina del amor.

Voy a mandar a construir
un cohete que pueda ir
hasta donde no voy
y todos corrern a ver
lo que tenemos que creer
lo que no pueden ver.

Y aunque no pierdo la esperanza
a veces con vivir no alcanza
voy a tomar un poquito más
De aquella medicina del amor.

La fiesta debe continuar
y todo el mundo va a bailar
todo lo que le dan
y si alguien viene a sonreir
yo le diré por qué sufrir
por qué llorando está.

Y si no pierdo la esperanza
a veces con vivir no alcanza
voy a tomar un poquito más
de aquella medicina del doctor.

Y aunque la vida es un problema
a veces con vivir la pena,
voy a tomar un poquito mas,
de aquella medicina del doctor.

La fiesta debe continuar
y todo el mundo va a tomar
todo lo que le dan
y yo tambien me quedaré
no tengo ganas de mover
pero tengo que estar
y aunque no pierdo la esperanza
a veces con vivir no alcanza
voy a tomar un poquito más
de aquella medicina del amor.

martes, 16 de marzo de 2010

Con sangre (noticias de Tailandia)

La protesta de alrededor de 100.000 manifestantes seguidores del ex primer ministro Thaksin Shinawatra, derrocado en 2006, tiene como objetivo presionar al gobierno de Abhisit Vejjajiva para que renuncie. Los monjes budistas comenzaron una donación masiva de sangre y planean conseguir un millón de centímetros cúbicos para lanzarlos a la sede gubernamental.

Los líderes del UDD fueron los primeros que el lunes donaron sangre, informó la agencia de noticias tailandesa TNA. Médicos y enfermeras, que respaldan el movimiento de las camisas rojas, instalaron varios puestos con jeringas, tubos de ensayos y apósitos. Frente a estos puestos se hicieron filas de cientos de personas dispuestas a donar sangre. Los organizadores recalcaron que las protestas, que comenzaron el domingo, deben seguir siendo pacíficas.

Los opositores amenazaron con permanecer en Bangkok hasta que el gobierno ceda en su demanda. Los líderes de las protestas quieren conseguir un millón de centímetros cúbicos de sangre para lanzarlos a la sede del Gobierno.

Decenas de miles de manifestantes y simpatizantes del derrocado primer ministro tailandés Thaksin Shinawatra mantienen una continua protesta en el corazón de la capital tailandesa para lograr que el primer ministro, Abhisit Vejjajiva, disuelva el Parlamento y convoque elecciones.

El jefe de gobierno Abhisit Vejjajiva rechazó el lunes la demanda de dimisión

Fuente Página12

lunes, 15 de marzo de 2010

Por la noche vendrán a visitarme




“Como dudaba de las cosas y de sí mismo, desconfiaba a menudo de la profundidad de las transformaciones obtenidas. Asistía a sus sueños como un espectador que lee novelas históricas y, aunque comprenda que se trata de algo meramente verosímil, puebla su cabeza con imágenes que serán casi todo lo ocurrido. Es sabido que los aficionados a la historia prefieren la prepotencia de los hechos a la sutileza de las alegorías. En su caso, esto bastaba para que un mal sueño pueda amargarle un día entero, o acaso una semana, en la que no había nada que lo convenciese de que no estaba sumido en un proceso de decadencia que él mismo aún no percibía. Por el contrario, algún sueño favorable o feliz bastaba para que, sucediese casi lo que fuera, nada pudiera borrarle cierta manera de ser alegre y ligera, como una anónima sensación de estar triunfando.”

martes, 9 de marzo de 2010

Anhedonia



El tiempo vuelve a pasar
pero no hay primavera en Anhedonia.
El tiempo vuelve a llorar
pero no hay primavera en Anhedonia.
Y aunque las luces son suaves
y el cine está aquí
no hay nada que hacer, de noche no pasa nada,
nada más que el tren.
Un ángel vuela en Paris,
y un chico nace casi en Anhedonia.
Está tan lejos de aquí
porque ella sólo vive en Anhedonia.
Ella hizo un pacto de sangre
a pesar de mí,
no tengo que hacer maletas
no siento nada,
nada más en mí.
No tengo que volver,
sangre en la calle, calle.
No hay que vivir así.
Porque antes que tu madre,
mucho antes que el dolor,
el amor cambia tu sangre.
Porque la noche es tan suave
y el tiempo feliz
no tengo que hacer maletas,
no siento nada.


Descargar Cómo conseguir chicas - Charly Garcia

viernes, 5 de marzo de 2010

Es extraño



Por cierto que es extraño no habitar más la tierra,
no seguir practicando las costumbres apenas aprendidas,
no dar el significado de un porvenir humano a las rosas
y a tantas otras cosas llenas de promesas;
no seguir siendo lo que uno era en unas manos infinitamente angustiadas
o incluso dejar de lado el propio nombre
como un juguete destrozado. Es extraño el no seguir deseando los deseos.
Es extraño
el ver ondear en el espacio todo lo que antes se amarró.

Rilke

jueves, 4 de marzo de 2010

Les Buvers

martes, 2 de marzo de 2010

Dormir mucho



¿Qué hemos de hacer para animarnos cuando estamos cansados y hartos de nosotros mismos? Unos recomiendan que se recurra a los juegos de azar, otros al cristianismo, otros a la electricidad. Pero lo mejor, querido melancólico, es dormir mucho, en el sentido propio y en el sentido figurado de la expresión. Así podremos recuperar nuestra mañana. En la sabiduría de la vida constituye un gran acierto saber intercalar a tiempo el sueño en todas sus formas.

Nietzsche

lunes, 1 de marzo de 2010

En este estado, la música nos hace llorar



La intelección del que sufre.

La situación en la que se encuentra el enfermo, víctima de horribles y prolongados dolores, pero que conserva ¡a razón, no deja de tener un valor para el conocimiento, independientemente de los beneficios intelectuales que reportan la soledad y la liberación súbita de nuestros deberes y hábitos. Quien sufre mucho y se siente, en cierta medida, prisionero de su dolor, mira hacia afuera con extrema frialdad. Para él han desaparecido todos los falaces atractivos con los que se adornan las cosas cuando el hombre sano fija en ellas su mirada. Se ve a sí mismo ante él, tendido, sin brío ni color. Si el enfermo había vivido hasta entonces en una especie de peligroso desvarío, el supremo desencanto que le produce el dolor será el único medio que le librará de él. (Puede que fuera esto lo que le ocurrió al fundador del cristianismo cuando, clavado en la cruz, exclamó: «¡Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?», ya que, interpretadas estas palabras con toda la profundidad debida, testimonian un total desencanto, una clarividencia suma frente al espejismo de la vida. Cristo se volvió clarividente respecto a sí mismo como le ocurrió a Don Quijote, según cuenta Cervantes, a la hora de su muerte.)

La enorme tensión de la inteligencia que trata de enfrentarse al dolor, ilumina desde entonces con una nueva luz todo lo que mira, y el inefable encanto que confiere a las cosas toda iluminación nueva suele ser lo bastante poderosa como para vencer la tentación del suicidio y para que resulte apetecible a quien sufre seguir viviendo. Considera con desprecio el cálido y confortable mundo en el que vive sin escrúpulos el individuo sano, así como las ilusiones más nobles y queridas a las que tal vez él mismo se entregó, y disfruta verdaderamente evocando ese desprecio como si lo hiciera salir de las profundidades del infierno, sometiendo así a su alma a los más amargos dolores, que harán de contrapeso respecto a los dolores físicos. Desde su estado, comprenderá que ese contrapeso resulta necesario. Con terrible clarividencia respecto a su situación, exclama: «Sé por una vez tu acusador y tu verdugo; considera tu dolor como un castigo que te impones a ti mismo; disfruta de la superioridad que te confiere el hecho de ser juez, mejor aún, disfruta de tu caprichosa y arbitraria tiranía. Elévate por encima de la vida como por encima del dolor. Mira el fondo de las razones y de las sinrazones». Nuestro orgullo se rebela como nunca lo había hecho; experimenta una satisfacción incomparable defendiendo la vida contra un tirano como el dolor y contra todas las insinuaciones de ese tirano que trata de impulsarnos a que reneguemos de la vida y de representar la vida ante él. Cuando nos encontramos en ese estado, nos defendemos con acritud de todo el que nos acusa de pesimistas, para que el pesimismo no aparezca como un resultado de nuestra situación y no nos humille por haber sido vencidos. Nunca como entonces nos sentimos tentados a ser justos en nuestras apreciaciones, pues la injusticia es un triunfo sobre nosotros mismos y sobre el estado más irritable que podamos imaginar, un estado que disculparía por sí solo todo juicio injusto; pero no queremos que nos disculpen, queremos demostrar que podemos ser intachables en nuestros juicios. Sufrimos verdaderas crisis de orgullo.

Ahora bien, en cuanto surge el primer atisbo de mejora, su primera consecuencia es defendernos contra la preponderancia de nuestro orgullo. Nos consideramos estúpidos y vanidosos, como si no hubiera ocurrido nada excepcional. Humillamos, sin el menor asomo de gratitud, el orgullo omnipotente que nos dio fuerzas para soportar el dolor y exigimos violentamente un antídoto contra el orgullo; queremos convertirnos en seres extraños a nosotros mismos y desprendernos de nuestra personalidad, dado que el dolor nos había hecho forzosamente personales durante mucho tiempo. Exclamamos: «¡Fuera el orgullo: era una enfermedad y una crisis más!». Volvemos a mirar a los hombres y a la naturaleza con ojos de deseo; sonriendo con tristeza, comprendemos que ahora tenemos nuevas ideas sobre ellos, ideas diferentes de las que teníamos antes, que ha caído el velo que teníamos delante de los ojos. Nos sentimos reconfortados al volver a captar las delicadas luces de la vida, que emergen de aquella luz demasiado intensa, a cuyo resplandor veíamos las cosas cuando sufríamos e incluso a través de ellas. No nos irrita que vuelva a hacer su juego la magia de la salud; contemplamos este espectáculo como si hubiéramos cambiado; nos sentimos benévolos, aunque algo cansados todavía. En este estado, la música nos hace llorar.

Descargar Aurora de Nietzsche

domingo, 28 de febrero de 2010

Consuelos frente al peligro



Los griegos, que vivian una vida rodeada de grandes peligros y cataclismos, buscaban en la meditación y en el conocimiento, una especie de sentimiento de seguridad y un último refugio. Nosotros, que vivimos en una paz incomparablemente mayor, hemos trasladado el peligro a la meditación y al conocimiento, y buscamos en la vida el descanso y la defensa frente al peligro.

Friedrich Nietzsche, Aurora.

jueves, 25 de febrero de 2010

23 de enero (algo rodeaba la mañana)

El calor de madrugada se estira hasta el mediodía del día siguiente, incluso luego de haber dormido algunas horas. La noche conserva aún su aceleración en la memoria. Creo que no hay casi nada de lo que dar testimonio, acaso el final de la lengua sea comportarse como un filósofo exagerado y señalar las cosas con el dedo, ante la imposibilidad de nombrarlas en su devenir inaprensible. Llenar la pantalla de palabras, de palabras nuevas, intentar recordar (insertar) el poema mental de la imagen imborrable y del cuerpo arrojado por el deseo a la calle oscura de atrás de la terminal. Pero la memoria falla, la concentración se disuelve y es tan temprano y tan tarde y a la vez un tiempo tan exacto para pensar en agruparse (como una bomba que explota al revés). El mandala se borronea de pura desesperación, de impaciencia se queman todos los papeles invisibles que rodean la mañana.

miércoles, 24 de febrero de 2010

Just Kids (fragmento de las crónicas de Patti Smith).



A los 20 años tomé el autobús de Filadelfia a Nueva York. Usaba mis dungarees, una polera negra, y el viejo piloto gris que había comprado en Camden. Mi pequeña valija, amarilla y roja, contenía algunos lápices de dibujo, un anotador, las Iluminaciones de Rimbaud, alguna ropa y fotos de mis hermanos. Yo era supersticiosa. Era lunes: yo había nacido un lunes. Era un muy buen día para llegar a Nueva York. Nadie me esperaba. Todo me esperaba. Inmediatamente tomé el subte desde Port Authority hasta DeKalb Avenue en Brooklyn. Era una tarde de sol. Esperaba que mis amigos pudieran albergarme hasta que encontrara un lugar propio. Llegué a la dirección que tenía, pero mis amigos se habían mudado. El nuevo inquilino me llevó hasta una habitación al final del piso y sugirió que su compañero de habitación a lo mejor tenía la nueva dirección de mis amigos. Entré en la habitación. En una simple cama de hierro estaba durmiendo un chico. Era pálido y delgado y tenía grandes rulos oscuros; estaba acostado con el torso desnudo y collares de mostacillas le colgaban del cuello. Me quedé parada ahí. El abrió los ojos y sonrió. Cuando le conté mi problema, se levantó de un solo movimiento, se puso sus pantalones y una remera blanca, y me pidió que lo siguiera. Lo miré mientras caminaba delante mío, guiándome con su paso liviano, un poco chueco. Le miré las manos mientras tamborileaba los dedos contra su cadera. Nunca había visto a nadie como él. Me llevó a otro edificio en Clinton Avenue, me dedicó un saludo de despedida, sonrió y se fue... Hacía calor en la ciudad, pero yo seguía usando mi piloto. Me daba confianza cuando salía a la calle a buscar trabajo. Fue un alivio cuando me contrataron como cajera en la sucursal uptown de la librería Brentano’s. Hubiera preferido hacerme cargo de la sección de poesía a las ofertas de joyería étnica, pero me gustaba mirar artesanías de países lejanos. Mi objeto favorito era un modesto collar de Persia. Estaba hecho con dos placas de metal unidas con pesados hilos negros y blancos, como un viejo y exótico escapulario. Costaba 18 dólares, lo que me parecía mucho dinero. Cuando la librería estaba tranquila, me gustaba sacarlo de caja y trazar la caligrafía escrita sobre su superficie violeta, mientras soñaba con la historia de su origen. Poco después de empezar a trabajar ahí, el chico que había visto brevemente en Brooklyn vino al negocio. Se veía bastante diferente con su camisa blanca y una corbata, como un chico de colegio católico. Me explicó que trabajaba en la sucursal de Brentano’s de downtown y que tenía un crédito de la empresa que quería usar. Pasó un rato mirando todo, las mostacillas, las pequeñas cerámicas, los anillos de turquesa. Finalmente dijo: “Quiero éste”. Se trataba del collar persa. “Oh, es mi favorito también”, le dije. “Me recuerda a un escapulario.” “¿Sos católica?”, me preguntó. “No, solamente me gustan las cosas católicas.” “Yo era monaguillo”, me sonrió. “Me encantaba revolear el incensario.” Yo estaba contenta porque él había elegido mi pieza preferida, pero también estaba triste porque se la iba a llevar. Cuando la envolví y se la entregué, le dije impulsivamente: “No se la des a ninguna chica. Salvo a mí”. Inmediatamente me sentí avergonzada, pero él ya había sonreído y dicho: “No lo haré”. Hacia el final de mi primera semana en la ciudad seguía con mucha hambre y sin lugar adónde ir. Empecé a dormir en el negocio. Me escondía en el baño mientras los otros empleados se iban, y cuando el sereno cerraba me echaba a dormir arropada en mi propio saco. Por la mañana, parecía que había llegado temprano a trabajar. No tenía un peso, y revolvía los bolsillos de los sacos colgados de los empleados buscando monedas para comprar maníes en la máquina de golosinas. Desmoralizada por el hambre, quedé shockeada cuando no llegó un sobre para mí el día de pago. No había entendido que el pago de la primera semana era retenido, y me fui al guardarropas llorando.



Cuando volví al mostrador, noté a un tipo de barba acechando, que me miraba. El supervisor nos presentó. Era un escritor de ciencia ficción y me quería invitar a cenar. Aunque ya tenía 20 años, el consejo de mi madre de no ir a ningún lado con extraños reverberaba en mi mente. Pero la perspectiva de una cena me debilitó y acepté. Caminamos hasta un restaurante que quedaba en la planta baja del Empire State. Nunca había comido en un lugar lindo en Nueva York. Pero aunque estaba muerta de hambre, apenas lo disfruté. Me sentía incómoda y no tenía idea de cómo manejar la situación. El parecía estar gastando mucho dinero en mí y me preocupaba qué podía pedir a cambio. Después de la cena caminamos hacia el downtown. Me sugirió subir a su departamento para tomar un trago. Este era el momento sobre el que mi madre me había prevenido, pensé. Miraba desesperadamente a mi alrededor cuando vi que se acercaba un hombre joven. Fue como si se hubiera abierto un pequeño portal del futuro, y de él salía el chico de Brooklyn que había elegido el collar persa, como una respuesta a una plegaria adolescente. Inmediatamente reconocí su caminar algo chueco y sus rulos. Estaba vestido con sus pantalones y un chaleco de pelo de oveja. Alrededor de su cuello colgaban cantidad de collares de mostacillas, un joven pastor hippie. Corrí hacia él y lo agarré del brazo. “Hola, ¿te acordás de mí?” “Claro”, sonrió. “Necesito ayuda”, exclamé. “¿Podrías fingir que sos mi novio?” “Seguro”, dijo, como si mi súbita aparición no lo sorprendiera. Lo arrastré hasta el escritor de ciencia ficción. “Este es mi novio”, dije, sin aliento. “Me estaba buscando. Está muy enojado. Quiere que vaya a casa con él ahora.” El tipo nos miró a los dos confuso. “Corramos”, grité, y el chico me tomó de la mano y huimos a través del parque, hacia el otro lado. Sin aliento, colapsamos en la entrada de algún edificio. “Gracias, me salvaste la vida”, le dije. Aceptó estas noticias con una expresión divertida. “Nunca te dije mi nombre; me llamo Patti.” “Yo me llamo Bob.” “Bob”, dije, mirándolo de verdad por primera vez. “De alguna manera no parecés un Bob. ¿Está bien si te llamo Robert?” El sol había caído sobre Avenue B. Me tomó de la mano y caminamos por el East Village. Yo hablé la mayor parte del tiempo. El sonreía y escuchaba. Le conté historias de infancia, las primeras de muchas. Me sorprendía lo cómoda y abierta que me sentía con él. Después me contó que estaba viajando en ácido. Yo solamente había leído sobre el LSD y no tenía idea de la cultura de la droga que estaba floreciendo en el verano del ’67. Pero Robert no parecía alterado ni raro, al menos no de las maneras que yo había imaginado. Irradiaba un encanto que era dulce y travieso, tímido y protector. Caminamos hasta las dos de la mañana y finalmente, casi en simultáneo, nos revelamos que ninguno de los dos tenía un lugar donde dormir. Nos reímos. Pero era tarde y estábamos cansados. “Creo que sé de un lugar donde podemos quedarnos”, me dijo. Su último compañero de habitación no estaba en la ciudad. “Sé donde esconde la llave. No creo que se moleste.” Nos tomamos el subte hasta Brooklyn, encontramos la llave y entramos al departamento. Los dos sentimos timidez cuando entramos, no tanto por estar juntos y solos sino porque era casa ajena. Robert se preocupó por hacerme sentir cómoda y después, a pesar de la hora, me preguntó si quería ver su trabajo, que estaba almacenado en una habitación de atrás. Robert lo extendió sobre el suelo para que lo viera. Había dibujos, bosquejos y pinturas. Pinturas y dibujos que parecían salir del subconsciente. Yo nunca había visto algo así. Miramos libros sobre dadaísmo y surrealismo, y terminamos la noche inmersos en Miguel Angel. Cuando amaneció, nos dormimos abrazados. Cuando despertamos, él me saludó con su sonrisa torcida, y yo supe que era mi caballero. Como si fuera lo más natural del mundo, nos quedamos juntos, y nos separábamos sólo para ir a trabajar. No siquiera lo hablamos: el entendimiento era mutuo.

sábado, 20 de febrero de 2010

Not dark yet



Caen las sombras y llevo aquí todo el día,
Hace demasiado calor para dormir
y el tiempo se escapa,
Siento como si mi alma
se hubiese vuelto de acero,
Aún tengo las cicatrices que el sol no sanó.
Ni siquiera hay habitación suficiente
como para estar en ningún lado.
Aún no ha oscurecido, pero no va a tardar.

Mi sentido de la humanidad
se ha ido por el desagüe,
Detrás de cada belleza
ha habido siempre algún dolor,
Ella me escribió una carta, amablemente
Puso todo lo que se le pasó por la cabeza,
No acabo de ver por qué habría de molestarme.
Aún no ha oscurecido, pero no va a tardar.

He estado en Londres
y también en el alegre Paris,
Seguí el río hasta llegar al mar,
He alcanzado el fondo
de un mundo lleno de mentiras,
No estoy buscando nada en los ojos de nadie,
A veces mi carga es más pesada
de lo que puedo soportar.
Aún no ha oscurecido, pero no va a tardar.


Nací aquí y aquí moriré en contra de mi voluntad,
Ya sé que parece que me marcho,
pero estoy quieto,
Cada nervio de mi cuerpo está ausente
e insensible,
Ni siquiera recuerdo
de qué vine huyendo,
Ni siquiera oigo el murmullo de una oración.
Aún no ha oscurecido, pero no va a tardar.

Descargar time out of mind Bob Dylan

martes, 16 de febrero de 2010

Domingo con fútbol (sin amor)



El 14 de febrero, no unimos con Gabo, sin mencionarlo y sin tomar conciencia, claro está, para el día, en nuestro caso, de los no enamorados. La tarde incluyó facturas, mate cocido, una partida de ajedrez bastante confusa y un aburridísimo partido sin sonido (Velez 0 - San Lorenzo 0). La conversación derivó, nuevamente, sobre el tópico de las relaciones. Gabo me contaba cómo, luego de haber tomado una decisión final acerca de su relación, estaba profundamente deprimido. Lejos de superarlo cada día, dijo, se sentía un poco más apagado, surfeando en el vacío. Le dije que eso era más o menos normal, que el concepto de superación estaba sobredimensionado por las revistas de psicología berreta, y que las cosas no se superan, simplemente se dejan de lado, o se convivie con ellas, como con un monstruo amaestrado. Le dije que piense también en que este año que pasó hizo grandes progresos en otros campos (cosa que es cierta). Sí, me dijo, pero es como si me hubiese comprado piernas ortopédicas pero me hubisesen cortado los brazos, ahora puedo correr pero no puedo agarrar nada. Nos reímos los dos, y justo nos dimos cuenta de que las piezas estaban mal puestas, de que no había jaque mate para nadie esa tarde, y que era mejor solamente sentir el viento y el sol que invadían suavemente los cuartos de la casa.

martes, 26 de enero de 2010

Conversaciones (tirados en el pasto)

Toda relación de a dos es una relación de poder, me dice Gabo mientra tomamos una cerveza sobre el pasto recien cortado de la estación de Villa Adelina. Yo asiento y pienso que todos los caminos conducen a Fuki, incluso ahora, en verano, cuando la filosofía se asoma poco, o lo hace bajo la ingrata forma de la obligación académica. Le comento, para quitarle un poco de gravedad al asunto, lo que ví en una película hace poco tiempo: "la teoría de los limpiaparabrisas", el amor es igual, se dice allí, cuando uno se acerca, el otro se aleja, en constante ciclo (y así las cosas). Pero, ¿y los limpiaparabrisas cuyas dos brazos tienden al centro?, reclama el interlocutor. Ah, eso es la amistad, le responde el primero. El chiste o la metáfora no causan el efecto de humor deseado. Gabo me dice que ahora le gustaría tener varias mujeres, y que todas sufran por él. Lo cómico es que entre las chicas que cuenta están las amigas de su ex. Dice que prefiere que ella lo recuerde como a un forro antes que como a un paisaje desencantado... Le digo que un primer paso para olvidarla es no pensar en vengarse de ella... Ahora sí se rie, supongo que después de tantos años, cuando se emborracha un poco no sabe del todo pensar en otra cosa. O sí, pero lo otro debe ser mucho peor que esa desilusión camuflada de rencor. Después no decimos más nada y nos tiramos en el pasto a ver el tren que atravieza el calor de la noche; una promesa de lejanía, algo como de ciencia ficción, los mundos posibles al alcance de la mano.
A Gabo perdón por la canción, no sé si le gustará mucho, aunque las chicas seguro que sí.

miércoles, 20 de enero de 2010

Salud universal



“Toda la vida consiste en acercarse y alejarse de una sola frase: Te quiero.

Carlyle se echó a reír y se sentó.

—Es verdad. No está mal, no. ¿Se te ha ocurrido a ti?

—Sí... O a lo mejor lo leí en algún sitio. No significa nada en especial. Sólo es una frase inteligente.

—Es el tipo de comentario —dijo muy serio— propio de tu clase.

—Ah —lo interrumpió, impaciente—, no empieces otra vez con esa perorata sobre la aristocracia. No me fío de la gente que puede ser profunda a esta hora de la mañana. Es una variedad benigna de la locura, una especie de resaca. La mañana es para dormir, nadar y no preocuparse de nada.”


sábado, 16 de enero de 2010

Venus in furs



A esta canción la conocía de hace un tiempo, pero le presté mayor atención cuando la descubrí en el interior de la película de Gus Van Sant "Last Days" que, como muchos sabrán (alguién leerá esto?), trata sobre los últimos pasos de Kurt Cobain. La canción tiene peso propio y la banda es una gran cosa. La hermosa peli se puede ver on line acá


Venus in furs


Botas brillantes, brillantes de cuero
La niña del látigo en la oscuridad
Viene con un cascabel, tu esclavo, no le abandones
Golpéale, mi ama, y cura su corazón

Pecados aterciopelados sacados de fantasías callejeras
Compra los disfraces que ella llevará
Las pieles de armiño le dan aspecto imperioso
Severin Severin te espera allí

Estoy cansado, estoy aburrido
Podría dormir mil años seguidos
Mil sueños que me despertarán
Colores distintos hechos de lágrimas

Besa la bota de cuero brillante
Cuero brillante en la oscuridad
Lame las correas, el cinturón que te espera
Golpéale, mi ama, y cura su corazón

Severin, Severin, habla tan suavemente
Severin, ahí abajo, arrodillado
Saborea el látigo, de un amor que sale caro.
Saborea el látigo, ahora suplícame.

Estoy cansado, estoy aburrido
Podría dormir mil años seguidos
Mil sueños que me despertarán
Colores distintos hechos de lágrimas

Botas brillantes de cuero
La niña del látigo en la oscuridad
Tu esclavo Severin viene con un cascable, por favor, no le abandones
Golpéale, mi ama, y cura su corazón.


Descargar The best of The Velvet Underground

martes, 12 de enero de 2010

El diario del día


Paraguay: secuestran a un ganadero y lo obligan a donar carne a los pobres (Clarín 12/1/10)

El llamado Ejército del Pueblo Paraguayo (EPP), secuestró el 15 de octubre pasado al ganadero Fidel Zavala de 45 años, en momentos en que cenaba con su familia en su estancia Mabel, de Concepción, a más de 500 kilómetros al noroeste de Asunción. Por su liberación exigen el pago de cinco millones de dólares.

Esta mañana, cientos de habitantes del barrio Chacarita, un cinturón pobre la capital paraguaya, hacían largas filas a la espera de recibir bolsas de tres kilos, en la sede del estadio de fútbol Resistencia, en el barrio Ricardo Brugada, cerca del palacio presidencial.

Las entregas se realizaron luego de que el hermano del secuestrado, el estanciero Diego Zavala, anunciara esa donación e insistiera para que las autoridades abandonaran las investigaciones a pedido del autodenominado Ejercito del Pueblo Paraguayo (EPP).

"Esta carne de primera calidad es una cortesía del EPP que nosotros donamos voluntariamente", dijo Diego, en rueda de prensa, quien además explicó que los poblados fueron seleccionados por los familiares de Zavala, de acuerdo con las declaraciones de Diego durante una rueda de prensa, y que para la distribución se contó con la colaboración de la Pastoral Social, de la Iglesia Católica.

Zavala explicó que el costo total de la carne donada en los tres lugares fue de 120.000.000 de guaraníes (25.800 dólares). "Cumplimos nuestra parte, esperamos que el EPP haga su parte y mi hermano Fidel pronto vuelva a casa", dijo Diego.

A pesar de que las donaciones totalizaron 12 mil kilos de carne, hubo protestas por parte de los pobladores, ya que no alcanzaron para satisfacer la demanda total. Aún así, la entrega de carne beneficio a los habitantes del populoso barrio la Chacarita de Asunción, así como a las comunidades indígenas de Redención, conformada por unas 66 familias, y Boquerón (40 familias), ambas en el Departamento de Concepción.

Guillermina Benítez, una vecina del barrio Ricardo Brugada, comentó en idioma
guaraní que "comer carne no es cosa de todos los días por su alto precio. Rezamos por Fidel Zavala para que termine pronto su secuestro''.

El ministro de Interior paraguayo, Rafael Filizzola, aseguró que las operaciones de búsqueda continuarán. Además agregó que "e EPP tiene un manual y estas últimas demandas forman parte de su contenido con el supuesto fin de ganarse la simpatía de la gente más necesitada".

El EPP es considerado por las autoridades como una agrupación escindida del extraparlamentario Partido Patria Libre (PPL, de izquierda), a cuyos miembros se le imputa el secuestro y asesinato, en 2005, de Cecilia Cubas, hija del ex presidente Raúl Cubas (1998-1999).

domingo, 10 de enero de 2010

Un día perfecto (para el pez banana)

Un día perfecto para el pez banana de Jerome Sallinger

En el hotel había noventa y siete publicitarios neoyorquinos, y monopolizaban las líneas telefónicas de larga distancia de tal manera que la chica del 507 tuvo que esperar su llamada desde el mediodía hasta las dos y media de la tarde. Pero no perdió el tiempo. En una revista femenina de bolsillo leyó una nota titulada El sexo es divertido... o infernal. Lavó su peine y su cepillo. Quitó una mancha de la falda de su traje beige. Corrió un poco el botón de la blusa de Saks. Se arrancó los dos pelos que acababan de salirle en el lunar. Cuando, por fin, la operadora la llamó, estaba sentada al lado de la ventana y casi había terminado de pintarse las uñas de la mano izquierda.
Era una chica a la que una llamada telefónica no le hacía gran efecto. Daba la impresión de que el teléfono hubiera estado sonando constantemente desde que ella alcanzó la pubertad.
Mientras el teléfono llamaba, con el pincelito del esmalte se repasó la uña del dedo meñique, acentuando el borde de la luna. Tapó el frasco y, poniéndose de pie, abanicó en el aire su mano pintada, la izquierda. Con la mano seca, tomó del asiento junto a la ventana un cenicero repleto y lo llevó hasta la mesita de luz, donde estaba el teléfono. Se sentó en una de las dos camas gemelas ya tendida y -ya era la cuarta o quinta llamada- levantó el tubo del teléfono.
-Hola -dijo, manteniendo extendidos los dedos de la mano izquierda lejos de la bata de seda blanca, que era lo único que tenía puesto, salvo las chinelas: los anillos estaban en el cuarto de baño.
-Su llamada a Nueva York, señora Glass -dijo la operadora.
-Gracias -contestó la chica, e hizo lugar en la mesita de luz para el cenicero.
A través del auricular llegó una voz de mujer:
-¿Muriel? ¿Eres tú?
La chica alejó un poco el auricular del oído.
-Sí, mamá. ¿Cómo estás? -dijo.
-He estado preocupadísima por ti. ¿Por qué no llamaste? ¿Estás bien?
-Traté de telefonear anoche y anteanoche. Los teléfonos acá han...
-¿Estás bien, Muriel?
La chica aumentó un poco más el ángulo entre el auricular y su oreja.
-Estoy perfectamente. Con calor. Este es el día más caluroso que ha habido en la Florida desde...
-¿Por qué no llamaste? Estuve tan preocupada...
-Mamá, querida, no me grites. Puedo oírte perfectamente -dijo la chica-. Anoche te llamé dos veces. Una vez justo después...
-Le dije a tu padre que seguramente llamarías anoche. Pero no, él tenía que... ¿Estás bien, Muriel? Dime la verdad.
-Estoy perfectamente. Por favor, no me preguntes siempre lo mismo.
-¿Cuándo llegaron?
-No sé... el miércoles, a la madrugada.
-¿Quién manejó?
-El -dijo la chica-. Y no te asustes. Condujo bien. Yo misma estaba asombrada.
-¿Manejó él? Muriel, me diste tu palabra de que...
-Mamá -interrumpió la chica-, acabo de decírtelo. Condujo perfectamente. No pasamos de ochenta en todo el camino, ésa es la verdad.
-¿No trató de hacerse el tonto otra vez con los árboles?
-Vuelvo a repetirte que manejó muy bien, mamá. Vamos, por favor. Le pedí que se mantuviera cerca de la línea blanca del centro, y todo lo demás, y entendió perfectamente, y lo hizo. Hasta se esforzaba por no mirar los árboles... podía notarse. Entre paréntesis, ¿papá hizo arreglar el auto?
-Todavía no. Piden cuatrocientos dólares, sólo para...
-Mamá, Seymour le dijo a papá que pagaría él. No hay motivo, entonces...
-Bueno, ya veremos. ¿Cómo se portó? Digo, en el auto y demás...
-Muy bien -dijo la chica.
-¿Siguió llamándote con ese horroroso...?
-No. Ahora tiene uno nuevo.
-¿Cuál?
-Mamá... ¡qué importancia tiene!
-Muriel, insisto en saberlo. Tu padre...
-Está bien, está bien. Me llama Miss Buscona Espiritual 1948 -dijo la chica, con una risita.
-No tiene nada de gracioso, Muriel. Nada de gracioso. Es horrible. Realmente, es triste. Cuando pienso cómo...
-Mamá -interrumpió la chica-, escúchame. ¿Te acuerdas de aquel libro que me mandó de Alemania? Acuérdate... esos poemas en alemán. ¿Qué hice con él? Me he estado rompiendo la cabeza...
-Tú lo tienes.
-¿Estás segura? -dijo la chica.
-Por supuesto. Es decir, lo tengo yo. Está en el cuarto de Freddy. Lo dejaste aquí y no había lugar en la... ¿Por qué? ¿El te lo pidió?
-No. Simplemente me preguntó por él, cuando veníamos en el auto. Me preguntó si lo había leído. -¡Pero está en alemán!
-Sí, querida. Ese detalle no tiene importancia -dijo la chica, cruzando las piernas-. Dijo que casualmente los poemas habían sido escritos por el único gran poeta de este siglo. Me dijo que debería haber comprado una traducción o algo así. O aprendido el idioma... nada menos...
-Espantoso. Espantoso. En verdad es triste. Anoche dijo tu padre.
.. -Un segundito, mamá -dijo la chica. Cruzó hasta el asiento junto a la ventana en busca de sus cigarrillos, encendió uno y volvió a sentarse en la cama-. ¿Mamá? -dijo, exhalando el humo.
-Muriel... mira, escúchame.
-Te estoy escuchando.
-Tu padre habló con el doctor Sivetski.
-¿Ajá? -dijo la chica.
-Le contó todo. Por lo menos, así me dijo... ya sabes cómo es tu padre. Los árboles. Ese asunto de la ventana. Las cosas horribles que le dijo a la abuela acerca de sus proyectos sobre la muerte. Lo que hizo con esas fotos tan hermosas de las Bermudas... todo.
-¿Y entonces...? -dijo la chica.
-En primer lugar, dijo que era un verdadero crimen que el ejército lo hubiera dado de alta en el hospital. Palabra. En definitiva, dijo a tu padre que hay una posibilidad... una posibilidad muy grande, dijo, de que Seymour pierda por completo la cabeza. Te lo juro.
-Aquí en el hotel hay un psiquiatra -dijo la chica.
-¿Quién? ¿Cómo se llama?
-No sé. Rieser o algo así. Dicen que es muy bueno.
-Nunca lo oí nombrar.
-De todos modos dicen que es muy bueno.
-Muriel, por favor, no seas inconsciente. Estamos muy preocupados por ti. Lo cierto es que... anoche tu padre estuvo a punto de cablegrafiarte que volvieras inmediatamente a casa...
-Por ahora no pienso volver, mamá. Así que tómalo con calma...
-Muriel... palabra... El doctor Sivetski dijo que Seymour podía perder por completo la...
-Mamá, acabo de llegar. Hace años que no me tomo vacaciones, y no pienso meter todo en la valija y volver a casa porque sí -dijo la chica-. De cualquier modo, ahora no podría viajar. Estoy tan quemada por el sol que ni me puedo mover.
-¿Te quemaste mucho? ¿No usaste ese bronceador que te puse en la valija? Está...
-Lo usé. Me quemé lo mismo.
-¡Qué horror! ¿Dónde te quemaste?
-Me quemé toda, mamá, toda.
-¡Qué horror!
-No me voy a morir.
-Dime, ¿le hablaste a ese psiquiatra? -Bueno... sí... más o menos... -dijo la chica.
-¿Qué dijo? ¿Dónde estaba Seymour cuando le hablaste?
-En la Sala Océano, tocando el piano. Tocó el piano las dos noches que hemos pasado aquí. -Bueno, ¿qué dijo?
-¡Oh, no mucho! El fue el primero en hablar. Yo estaba sentada anoche a su lado, jugando al Bingo, y me preguntó si el que tocaba el piano en la otra sala era mi marido. Le dije que sí, y me preguntó si Seymour no había estado enfermo o algo por el estilo. Entonces yo le dije...
-¿Por qué te hizo esa pregunta?
-No sé, mamá. Tal vez porque lo vio tan pálido, y qué sé yo -dijo la chica-. La cuestión es que después de jugar al Bingo, él y su mujer me invitaron a tomar una copa. Y yo acepté. La mujer es espantosa. ¿Te acuerdas de aquel vestido de noche tan horrible que vimos en la vidriera de Bonwit? Que tú dijiste que había que tener un chico, chiquísimo...
-¿El verde?
-Lo tenía puesto. Con esas caderas. Se la pasó preguntándome si Seymour estaba emparentado con esa Suzanne Glass que tiene una tienda en la avenida Madison... la mercería...
-¿Pero él qué dijo? El médico.
-¡Ah! sí... Bueno... en realidad, mucho no dijo. Sabes, estábamos en el bar. Había un bochinche terrible. -Sí, pero... ¿le... le dijiste lo que trató de hacer con el sillón de la abuela?
-No, mamá. No abundé en detalles -dijo la chica-. Seguramente podré hablarle de nuevo. Se pasa todo el día en el bar.
-¿No dijo si había alguna posibilidad de que pudiera ponerse... tú sabes, raro, o algo así...? ¿De que pudiera hacerte algo...?
-En realidad, no -dijo la chica-. Necesita conocer más detalles, mamá. Tienen que saber todo sobre la infancia de uno... todas esas cosas. Ya te digo, el ruido era tal que apenas podíamos hablar.
-En fin. ¿Y tu abrigo azul?
-Bien. Le aliviané un poco el forro.
-¿Cómo es la ropa este año?
-Terrible. Pero encantadora. Por todos lados se ven lentejuelas -dijo la chica.
-¿Y tu habitación?
-Está bien. Pero nada más que eso. No pudimos conseguir la habitación que nos daban antes de la guerra -dijo la chica-. Este año la gente es un espanto. Tendrías que ver a los que se sientan al lado nuestro en el comedor. Parece que hubieran venido en un camión.
-Bueno, en todas partes es igual. ¿Y tu vestido tipo bailarina?
-Demasiado largo. Te dije que era demasiado largo.
-Muriel, te lo voy a preguntar una vez más... ¿En serio estás bien?
-Sí, mamá -dijo la chica-. Por enésima vez.
-¿Y no quieres volver a casa?
-No, mamá.
-Tu padre dijo anoche que estaría encantado de hacerse cargo si quisieras irte sola a algún lado y pensarlo bien. Podrías hacer un hermoso crucero. Los dos pensamos...
-No, gracias -dijo la chica, y descruzó las piernas-. Mamá, esta llamada va a costar una flor...
-Cuando pienso cómo estuvieste esperándolo a ese muchacho durante toda la guerra... quiero decir, cuando una piensa en esas esposas tan locas que...
-Mamá -dijo la chica-. Colguemos. Seymour puede llegar en cualquier momento.
-¿Dónde está?
-En la playa.
-¿En la playa? ¿Solo? ¿Se porta bien en la playa?
-Mamá -dijo la chica-. Hablas de él como si fuera un loco furioso.
-No dije nada de eso, Muriel.
-Bueno, ésa es la impresión que das. Mira, todo lo que hace es estar tendido en la arena. Ni siquiera se quita la salida de baño.
-¿No se quita la salida de baño?¿Por qué no?
-No lo sé. Tal vez porque tiene la piel tan blanca.
-Dios mío, necesita tomar sol. ¿Por qué no lo obligas?
-Lo conoces muy bien -dijo la chica, y volvió a cruzarse de piernas-. Dice que no quiere tener un montón de imbéciles alrededor mirándole el tatuaje.
-¡Si no tiene ningún tatuaje! ¿O acaso se hizo tatuar cuando estaba en la guerra?
-No, mamá. No, querida -dijo la chica, y se puso de pie-. Escúchame, a lo mejor te llamo otra vez mañana.
-Muriel. Hazme caso.
-Sí, mamá -dijo la chica, cargando su peso sobre la pierna derecha.
-Llámame en el mismo momento en que haga, o diga, algo raro..., tú me entiendes. ¿Me oyes?
-Mamá, no le tengo miedo a Seymour.
-Muriel, quiero que me lo prometas.
-Bueno, te lo prometo. Adiós, mamá -dijo la chica-. Cariños a papá -colgó.
-Ver más vidrio (*) -dijo Sybil Carpenter, que estaba alojada en el hotel con su mamá-. ¿Viste más vidrio?
-Gatita, por favor, no sigas repitiendo eso. La vas a enloquecer a mamita. Quédate quieta, por favor.
La señora Carpenter untaba la espalda de Sybil con bronceador, repartiéndolo sobre sus omóplatos, delicados como alas. Sybil estaba precariamente sentada en una enorme y tensa pelota de playa, mirando el océano. Usaba un traje de baño de color amarillo canario, de dos piezas, una de las cuales no necesitaría realmente por nueve o diez años más.
-En verdad no era más que un pañuelo de seda común... una podía darse cuenta cuando se acercaba a mirarlo -dijo la mujer sentada en la reposera contigua a la de la señora Carpenter-. Ojalá supiera cómo lo anudó. Era una preciosura.
-Por lo que usted me dice, parece precioso -asintió la señora Carpenter.
-Quédate quieta, Sybil, gatita...
-¿Viste más vidrio? -dijo Sybil.
La señora Carpenter suspiró.
-Muy bien -dijo. Tapó el frasco de bronceador-. Ahora vete a jugar, gatita. Mamita va a ir al hotel a tomar un copetín con la señora Hubbel. Te traeré la aceituna.
Cuando quedó en libertad, Sybil corrió de inmediato hacia la parte asentada de la playa y echó a andar hacia el Pabellón de los Pescadores. Se detuvo únicamente para hundir un pie en un castillo inundado y derruido, y enseguida dejó atrás la zona reservada a los clientes del hotel.
Caminó cerca de medio kilómetro y de pronto echó a correr oblicuamente, alejándose del agua hacia las arenas flojas. Se detuvo al llegar al sitio en que un hombre joven estaba echado de espaldas.
-¿Vas a ir al agua, ver más vidrio? -dijo.
El joven se sobresaltó, y se llevó la mano derecha, instintivamente, a las solapas de su salida de baño. Se volvió boca abajo, dejando caer una toalla enrollada como una salchicha que tenía sobre los ojos, y miró de reojo a Sybil.
-¡Ah!, hola Sybil.
-¿Vas a ir al agua?
-Te estaba esperando -dijo el joven-. ¿Qué hay de nuevo?
-¿Qué? -dijo Sybil.
-¿Qué hay de nuevo? ¿Qué programa tenemos?
-Mi papá llega mañana en avión -dijo Sybil, pateando la arena.
-No me tires arena a la cara, nena -dijo el joven, tomando con una mano el tobillo de Sybil-. Bueno, era hora de que tu papi llegara. Lo he estado esperando cada minuto. Cada minuto.
-¿Dónde está la señora?
-¿La señora? -el joven hizo un movimiento, sacudiéndose la arena del pelo ralo-. Difícil saberlo, Sybil. Puede estar en miles de lugares. En la peluquería. Haciéndose teñir el pelo de color visón. O haciendo muñecos para los chicos pobres en su habitación.
Poniéndose boca abajo cerró los dos puños, apoyó uno encima del otro y acomodó el mentón sobre el de arriba.
-Pregúntame algo más, Sybil -dijo-. Tienes un traje de baño muy lindo. Si hay algo que me gusta, es un traje de baño azul.
Sybil lo miró fijo, y después contempló su barriga sobresaliente.
-Este es amarillo -dijo-. Es amarillo.
-¿En serio? Acércate un poco más.
Sybil dio un paso adelante.
-Tienes toda la razón del mundo. Qué tonto soy.
-¿Vas a ir al agua? -dijo Sybil.
-Lo estoy considerando seriamente, Sybil. Lo estoy pensando muy en serio, si quieres saberlo. Sybil hundió los dedos en el flotador de goma que el joven usaba a veces como almohadón. -Necesita aire -dijo.
-Es verdad. Necesita más aire de lo que estoy dispuesto a reconocer -retiró los puños y dejó que el mentón descansara en la arena-. Sybil -dijo-, estás muy linda. Es un gusto verte. Cuéntame algo de ti -estiró los brazos hacia adelante y tomó en sus manos los dos tobillos de Sybil-. Yo soy capricorniano.
¿Cuál es tu signo?
-Sharon Lipschutz dijo que la dejaste sentarse a tu lado en el taburete del piano -dijo Sybil.
-¿Sharon Lipschutz dijo eso?
Sybil asintió enérgicamente.
Le soltó los tobillos, encogió los brazos y recostó el costado de la cara en el antebrazo derecho.
-Bueno -dijo-. Tú sabes cómo son estas cosas, Sybil. Yo estaba sentado ahí, tocando. Y tú te habías perdido de vista totalmente y vino Sharon Lipschutz y se sentó a mi lado. No podía sacarla de un empujón, ¿no es cierto?
-Sí que podías.
-!Ah!, no. No era posible -dijo el joven-. Pero, ¿sabes lo que hice, en cambio?
-¿Qué?
-Hice de cuenta que eras tú.
Sybil inmediatamente bajó la cabeza y empezó a cavar en la arena.
-Vamos al agua -dijo.
-Bueno -replicó el joven-. Creo que puedo arreglarme para hacerlo.
-La próxima vez, sácala de un empujón -dijo Sybil.
-¿Que saque a quién?
-A Sharon Lipschutz.
-¡Ah!, Sharon Lipschutz -dijo él-. ¡Cómo aparece siempre ese nombre! Mezcla de recuerdos y deseos -repentinamente se puso de pie y miró el mar-. Sybil -dijo-, ya sé lo que podemos hacer. Vamos a tratar de pescar un pez banana.
-¿Un qué?
-Un pez banana -dijo, y desanudó el cinto de su salida de baño.
Se la quitó. Tenía los hombros blancos y angostos y el pantalón de baño era azul eléctrico. Plegó la salida, primero a lo largo, después en tres dobleces. Desenrolló la toalla que había puesto sobre los ojos, la tendió sobre la arena y puso encima la salida plegada. Se agachó, recogió el flotador y lo sujetó bajo su brazo derecho. Luego, con la mano izquierda tomó la de Sybil.
Los dos echaron a andar hacia el mar.
-Me imagino que ya habrás visto unos cuantos peces banana -dijo el joven. . -¿En serio que no? Pero, ¿dónde vives, entonces?
-No sé -dijo Sybil.
-Claro que sabes. Tienes que saber. Sharon Lipschutz sabe donde vive, y no tiene más que tres años y medio.
Sybil se detuvo y de un tirón arrancó su mano de la de él. Recogió una conchilla común y la observó con estudiado interés. Luego la tiró.
-Whirly Wood, Connecticut -dijo, y echó nuevamente a andar, con la barriga hacia adelante. -Whirly Wood, Connecticut -dijo el joven-. ¿Eso, por casualidad, no está cerca de Whirly Wood, Connecticut? Sybil lo miró:
-Ahí es donde vivo -dijo con impaciencia-. Vivo en Whirly Wood, Connecticut.
Se adelantó unos pasos, tomó el pie izquierdo con la mano izquierda y dio dos o tres saltos.
-No te imaginas cómo eso aclara todo -dijo él.
Sybil soltó su pie: -¿Has leído El negrito sambo? -dijo.
-Es gracioso que me preguntes eso -dijo él-. Da la casualidad que acabé de leerlo anoche -se inclinó y volvió a tomar la mano de Sybil-. ¿Qué te pareció? -le preguntó.
-¿Los tigres corrían todos alrededor de ese árbol?
-Creí que nunca iban a parar. Jamás vi tantos tigres.
-No eran más que seis -dijo Sybil.
-¡Nada más que seis! -dijo el joven-. ¿Y dices nada más?
-¿Te gusta la cera? -preguntó Sybil.
-¿Si me gusta qué? -dijo el joven.
-La cera.
-Mucho. ¿A ti no?
Sybil asintió con la cabeza. -¿Te gustan las aceitunas? -preguntó.
-¿Las aceitunas?... Sí. Las aceitunas y la cera. Nunca voy a ningún lado sin ellas.
-¿Te gusta Sharon Lipschutz? -preguntó Sybil.
-Sí. Sí, me gusta. Lo que me gusta más que nada de ella es que nunca le hace cosas feas a los perritos en la sala del hotel. Por ejemplo a ese bulldog enano de la señora canadiense. Te resultará difícil creerlo, pero hay algunas nenas que se divierten mucho molestándolo con los palitos de los globos. Pero Sharon, jamás. Nunca es mala ni grosera. Por eso la quiero tanto.
Sybil no dijo nada.
-Me gusta masticar velas -dijo ella por último.
-¡Ah!, ¿y a quién no? -dijo el joven mojándose los pies-. ¡Caracoles! Está fría. -Dejó caer el flotador en el agua-. No, espera un segundo, Sybil. Espera a que estemos un poquito más afuera.
Avanzaron hasta que el agua llegó a la cintura de Sybil. Entonces el joven la levantó y la depositó boca abajo en el flotador.
-¿Nunca usas gorra de baño ni nada de eso? -preguntó.
-No me sueltes -dijo Sybil-. Sujétame, ¿quieres?
-Señorita Carpenter. Por favor. Yo sé lo que estoy haciendo -dijo el joven-. Sólo ocúpate de ver si aparece un pez banana. Hoy es un día perfecto para peces banana.
-No veo ninguno -dijo Sybil.
-Es muy posible. Sus costumbres son muy curiosas. Muy curiosas.
Siguió empujando el flotador. El agua no le alcanzaba al pecho.
-Llevan una vida muy triste -dijo-. ¿Sabes lo que hacen, Sybil?
Ella meneó la cabeza.
-Bueno, te diré. Entran en un pozo que está lleno de bananas. Cuando entran, parecen peces como todos los demás. Pero una vez adentro, se portan como cochinos. ¿Sabes?, he oído hablar de peces banana que han entrado nadando en pozos de bananas y llegaron a comer setenta y ocho bananas -empujó al flotador y a su pasajera treinta centímetros más cerca del horizonte-. Claro, después de eso engordan tanto que no pueden volver a salir. No pasan por la puerta.
-No vayamos tan lejos -dijo Sybil-. ¿Y qué pasa después con ellos?
-¿Qué pasa con quiénes?
-Con los peces banana.
-Bueno, ¿te refieres a después de comer tantas bananas que no pueden salir del pozo?
-Sí -dijo Sybil.
-Mira, lamento decírtelo, Sybil. Se mueren.
-¿Por qué? -preguntó Sybil.
-Contraen fiebre bananífera. Es una enfermedad terrible.
-Ahí viene una ola -dijo Sybil nerviosa.
-La ignoraremos. La mataremos con la indiferencia -dijo el joven-, como dos engreídos. -Tomó los tobillos de Sybil con ambas manos y empujó para adelante y para abajo. El flotador levantó la proa por encima de la ola. El agua empapó los cabellos rubios de Sybil, pero sus gritos eran de puro placer. Cuando el flotador estuvo nuevamente en posición horizontal, se apartó de los ojos un mechón de pelo pegado, húmedo, y comentó: -Acabo de ver uno.
-¿Un qué, mi amor?
-Un pez banana.
-¡No, por Dios! -dijo el joven-. ¿Tenía alguna banana en la boca?
-Sí -dijo Sybil-. Seis.
El joven de pronto tomó uno de los empapados pies de Sybil que colgaban por el borde del flotador y le besó la planta.
-¡Eh! -dijo la propietaria del pie, volviéndose.
-¿Cómo, eh? Ahora volvamos. ¿Ya te divertiste bastante?
-¡No!
-Lo siento -dijo, y empujó el flotador hacia la playa hasta que Sybil descendió. El resto del camino lo llevó bajo el brazo.
-Adiós -dijo Sybil y salió corriendo, sin lamentarlo, en dirección al hotel.
El joven se puso la salida de baño, cruzó bien sus solapas y metió la toalla en el bolsillo. Recogió el flotador mojado y resbaloso y lo acomodó bajo el brazo. Caminó solo, trabajosamente, por la arena caliente, blanda, hasta el hotel.
En el primer nivel de la planta baja del hotel -que los bañistas debían usar según instrucciones de la gerencia- entró con él en el ascensor una mujer con la nariz cubierta de pomada de zinc. -Veo que me está mirando los pies -dijo él, cuando el ascensor se puso en marcha.
-¿Cómo dice? -dijo la mujer.
-Dije que veo que me está mirando los pies.
-¡Cómo dijo! Casualmente estaba mirando el piso -dijo la mujer, y se dio vuelta enfrentando las puertas del ascensor.
-Si quiere mirarme los pies, dígalo -dijo el joven-. Pero, maldita sea, no trate de hacerlo con tanto disimulo.
-Déjeme salir, por favor -dijo rápidamente la mujer a la ascensorista.
Las puertas se abrieron y la mujer salió sin mirar hacia atrás.
-Tengo los pies completamente normales y no veo por qué demonios tienen que mirármelos -dijo el joven-. Quinto piso por favor.
Sacó la llave del cuarto del bolsillo de su salida de baño.
Bajó en el quinto piso, caminó por el pasillo y abrió la puerta del 507. La habitación olía a valijas nuevas de cuero de vaquillona y a quitaesmalte de uñas.
Echó una ojeada a la chica que dormía en una de las camas gemelas. Después fue hasta una de las valijas, la abrió y extrajo una automática debajo de una pila de calzoncillos y camisetas -Ortgies calibre 7.65-. Sacó el cargador, lo examinó y volvió a colocarlo. Corrió el seguro. Después se sentó en la cama desocupada, miró a la chica, apuntó con la pistola y se descerrajó un tiro en la sien derecha.


(*) Se refiere a Seymour Glass (pronunciado simor glas) y confunde el sonido con la expresión see more glass (ver más vidrio).

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