jueves, 25 de febrero de 2010
23 de enero (algo rodeaba la mañana)
El calor de madrugada se estira hasta el mediodía del día siguiente, incluso luego de haber dormido algunas horas. La noche conserva aún su aceleración en la memoria. Creo que no hay casi nada de lo que dar testimonio, acaso el final de la lengua sea comportarse como un filósofo exagerado y señalar las cosas con el dedo, ante la imposibilidad de nombrarlas en su devenir inaprensible. Llenar la pantalla de palabras, de palabras nuevas, intentar recordar (insertar) el poema mental de la imagen imborrable y del cuerpo arrojado por el deseo a la calle oscura de atrás de la terminal. Pero la memoria falla, la concentración se disuelve y es tan temprano y tan tarde y a la vez un tiempo tan exacto para pensar en agruparse (como una bomba que explota al revés). El mandala se borronea de pura desesperación, de impaciencia se queman todos los papeles invisibles que rodean la mañana.
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