viernes, 2 de abril de 2010

Droga para peces


Un niño pesca, un pez y después otro, llama a su mamá a los gritos y corre por el muelle con cada nueva presa, gris y resplandecientes como las nubes que pueblan el cielo. El pez, en general, por pequeño o incomible, una vez hecho el paseo, acaba por regresar al agua. El chico está bien vestido y grita a la madre con la alegre prepotencia de los triunfadores. La mayoría le niega aún su abierta simpatía. Vuelve y saca de nuevo, así varias veces. De a poco lo empiezan a festejar, él mismo ya vuelve algo más ensimismado, como si le pesara dulcemente el desafío de mantener la posición obtenida. Alguien le pregunta: ¿Vos qué usas de carnada, tenes droga para peces?- el niño se queda un segundo pensativo y, algo presionado, responde,: y tal vez, no? La situación se repite una vez más hasta que el anzuelo se engancha entre los juncos; lo indicado sería darlo por perdido, el chico dice que no se puede cortar el hilo sagrado. Se le sugiere que al anzuelo lo reclaman fuerzas subacuáticas. La idea le parece interesante y la repite varias veces convencido (o convenciéndose), mientras agradece, brindando su total atención a como Gabo le arma un nuevo dispositivo. Cuando, habiendo sacado (varias veces) con la nueva línea le preguntan por la clave de su éxito, contesta, con la cara orientada hacia el río, como aquel que no puede descuidar una tarea importante: tal vez sea la droga para peces.



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