“Fui lo que creí soy lo que está pasando"
Reloj de plastilina, Filosofía barata y zapatos de goma.
Podría empezar hablando de cualquier cosa, pues se trata de querer decir algo a alguien sobre algo, de arrojar al aire, con los signos inestables, comunes y a la vez siempre lejanos para cada uno, de los lenguajes y sentidos. Por decir entonces hablar de la segmentación estructural del espacio a partir de criterios puramente económicos. En la noche de Liniers, se presentaron dos modalidades de la aparición del artista. Una, en un escenario de frente al público, tal como suponen los cánones establecidos y aún incólumes de la denominada práctica y experiencia artística masiva. La otra variante fue protagonizada por una pantalla posicionada a la altura de un escenario, montada en la parte inferior de la torre de sonido, que es en realidad el alambre que separa y divide el espacio en dos mitades, en dos rangos. Se emite en una pantalla rectangular la imagen digital en simultáneo que paradójicamente quiere proteger a esa otra imagen, real o viva en su categoría espacial más lata. Dos condiciones desiguales del ver y el experimentar, situadas en lo que tradicionalmente se llama un mismo espacio tiempo. Al que osaba intentar pasar de una dimensión a otra, recibí los golpes de una nutrida fila de empleados de “seguridad”, la seguridad claro, que garantiza la división. El problema es la “inseguridad”, qué torpe soy, cómo pude olvidarlo.
Podría hablar también del buen sonido, de la lluvia épica que sirvió de atmósfera palpable para una bella ceremonia. Pero debería hablar de una cierta forma de recepción del sonido, desde la región sensorial que asigna el campo “Say no more”, desigual a la que permite el VIP Piano Bar, o las tribunas laterales y traseras del estadio con nombres igualmente originales. No puedo entender ni decir nada acerca de los juicios comparativos que puedan esbozarse, o sobre la supuesta importancia de pensar en torno a la figura disciplinaria del “rehab music”. No siendo esto más que una temática modélica de mercantilización e invisibilización de la actividad llama estética (ahestesis: sentir, experimentar). Esperando, por supuesto, que no sea la protagonista principal de la pantomima que el Grupo Fénix montó para promover el evento. Estas preocupaciones no impiden la experiencia, ni sobredeterminan el encuentro bajo la fuerza de un absoluto inconmovible.
Charly, en estas condiciones, abrió la posibilidad de un nuevo encuentro, las implicancias políticas y sociales existen y no pueden ser evadidas, pero a la vez no pueden definir de antemano el sentido y la profundidad de la actividad musical. Charly cantó y tocó el piano, del cual se movió algunas veces para cantar de pié, desde su silla hizo sin acompañamiento buena parte de Llorando en el espejo, Influencia y Deberías saber por qué. Spinetta cantó en Rezo por vos. La “princesa” Hilda Lizarazu hizo los coros y lleno el aire con la figura de su voz. Chipi Chipi, No soy un extraño, Adela en el carrousel, Promesas sobre el bidet o Canción de dos por tres no se podían creer (te descreían), se hacían escuchar y encontrar como por primera vez, como en un eterno retorno nietzcheano. Y escuchar, desnudo, muerto de frío y expuesto una de esas canciones te puede cambiar la vida. En fin, con el tiempo puede hacerse cualquier cosa menos detenerlo. El final llegó, fue con Rock and roll yo y No me dejan salir, entre alguna canción más que ahora se me escapa.
El recital fue poderoso pero variable en su intensidad. En No voy en tren una multitud cantó “no necesito a nadie, a nadie alrededor”. Este deseo solo se cumplió para cierta parte de la asistencia. La salida general (no VIP) fue innecesariamente incómoda y apurada, los cuerpos unidos por el malestar, su propia imprudencia y las características inadecuadas (me preguntó desde el punto de vista de quién) del espacio. Y no es esto, en principio, un juicio valorativo, se trata de pensar simplemente la forma de gestión del contacto entre los hombres.
El recital tuvo grandes momentos y otros en los cuales la prolijidad musical demasiado ajustada a las versiones originales de los temas, sumada a cierta economía de gestos de charly, daban como resultado cierto aire de tibia indeferencia, masivamente registrado por cámaras personales. Los paraguas y las cámaras (cuando el agua lo permitía) destacaban por encima de las cabezas y por debajo del cielo encapotado. Una cámara que registra a otra cámara… qué registra.
Charly está (demoliendo los hoteles de algún lugar), haciendo música, conmovible y conmovedor, agradecido, las banderas y las alusiones a Say No More poblaron el escenario y sus salutaciones; las invocaciones a la lluvia (y la lluvia en las canciones) forjaron el saludo final: “Nos vemos en la próxima tormenta”. Los relámpagos que congelaban el segundo hicieron querer otra vuelta, en otro lado, con otro clima, con menos compromisos comerciales y nuevos riesgos, que la entrada sea libre (igualitaria y gratis), la salida vemos.
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