Dice la sabiduría común, y un tanto medicalizada, que las adicciones no se curan sino que desplazan su intensidad a otra parte. En la lógica exasperante de la obsesión no se disuelve un objeto sin antes dirigir a otro la potencia febril y monótona que se destinaba al primero. La salud mental contemporánea, para evaluar la conveniencia de nuestras obcecaciones, se expresa en términos de bienestar y productividad. Pero todo aquel que haya experimentado estos estados y desplazamientos, abriga la fría esperanza de poder zafarse en cada nuevo cambio de circunstancias, como un deportado a Siberia, que espera la chance y el coraje de arrojarse del tren en movimiento.
sábado, 20 de marzo de 2010
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