“Como dudaba de las cosas y de sí mismo, desconfiaba a menudo de la profundidad de las transformaciones obtenidas. Asistía a sus sueños como un espectador que lee novelas históricas y, aunque comprenda que se trata de algo meramente verosímil, puebla su cabeza con imágenes que serán casi todo lo ocurrido. Es sabido que los aficionados a la historia prefieren la prepotencia de los hechos a la sutileza de las alegorías. En su caso, esto bastaba para que un mal sueño pueda amargarle un día entero, o acaso una semana, en la que no había nada que lo convenciese de que no estaba sumido en un proceso de decadencia que él mismo aún no percibía. Por el contrario, algún sueño favorable o feliz bastaba para que, sucediese casi lo que fuera, nada pudiera borrarle cierta manera de ser alegre y ligera, como una anónima sensación de estar triunfando.”
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