“I AM WHAT I AM”. Nunca la dominación ha encontrado una palabra de orden más insospechada. El mantenimiento del Yo en un estado de semi-ruina permanente, en un medio-desfallecimiento crónico es el secreto mejor guardado del actual orden de las cosas. El Yo débil, deprimido, autocrítico, virtual es esencialmente este sujeto indefinidamente adaptable que precisa una producción basada en la innovación, la acelerada obsolescencia de las tecnologías, el constante cambio de las normas sociales, la flexibilidad generalizada. Es a la vez, el consumidor más voraz y, paradójicamente, el Yo más productivo, el que se arrojará con la mayor energía y avidez sobre el menor proyecto, para regresar más tarde a su estado larvario original.
(...) Todo lo que me ata al mundo, todos los vínculos que me constituyen, todas las fuerzas que me habitan no tejen una identidad, como la que se me incita a blandir, sino una existencia, singular, común, viviente y en la que emerge en algunas partes, en algunos momentos eso que llamo “yo”. Nuestro sentimiento de inconsistencia no es sino el efecto de esta tonta creencia en la permanencia del Yo, y del escaso cuidado que ponemos en aquello que nos produce.
“I AM WHAT I AM”, pues, no una simple mentira, una simple campaña de publicidad, sino una campaña militar, un grito de guerra dirigido contra todo lo que hay entre los seres, contra todo lo que circula indistintamente, todo lo que une invisiblemente, todo lo que obstaculiza la perfecta desolación, contra todo lo que hace que existamos y que el mundo no tenga por todas partes el aspecto de una autopista, de un parque de atracciones o de una nueva ciudad: puro aburrimiento, sin pasión y bien ordenado, espacio vacío, helado, por donde no transitan más que los cuerpos matriculados, las moléculas automóviles y las mercancías ideales.
(…) El Yo no es quien está en crisis en nosotros, sino la forma con que se busca imprimirlo en nosotros. Se quiere hacer de nosotros unos (...) Nuestra inadaptación, nuestra fatiga no son problemas más que desde el punto de vista de quien nos quiere someter. Siempre señalan un punto de partida, un punto de confluencia para complicidades inéditas.
No estamos deprimidos, estamos en huelga. Para quien rechaza gestionarse, la “depresión” no es un estado, sino un pasaje, un hasta luego, un paso al lado hacia una desafiliación política. A partir de ahí, no queda otra conciliación más que la médica y la policial. Para ello está bien que esta sociedad no tema imponer el Ritaline a sus niños más despiertos, inicie a cualquiera en las dependencias farmacéuticas y pretenda detectar desde los tres años los “problemas de comportamiento”. Porque es la hipótesis del Yo la que se agrieta por todas partes.
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