Ahora releo la carta y pienso que bien podría ponerle punto final a este blog, que fue casi siempre anónimo (o intrascendente), pero como cualquier cosa que se escriba le habla a alguien., para que escuche o lea, de un modo u otro . Asumo sin pesar que desconoció la éfimera fama de la virtualidad,;si tendió algún puente, puedo pensarlo con alegría. Yo conocí algunas cosas interesantes. Tal vez en algún momento quiera tener otro, o decida hacer algo, otra vez (con estas tablas.) Por ahora restringo mi hacer cibernético sólo a las tareas colectivas.
Hasta más ver! (lucecitas encendidas por los cables).
Recibí tu carta, no me sorprendió que no tuviese remitente, o tanto como el hecho de que yo aún conserve el mismo. La magnitud de nuestra distancia me es, entonces, desconocida. Sin embargo, tengo la extraña seguridad de que podría encontrarte si saliese ahora mismo. Vos tomarías el mate en el que casi nunca te acompaño, gambetearíamos, con la belleza del sol en la plaza y los cigarrillos baratos, esa parte de nosotros que padecemos, como un polvo en la piel (imperceptible).
La urgencia de tus palabras, el ardor casi estático de la desesperación de tus preguntas, me encuentra, a mí también, en una noche sin viento, fatigada de insectos y aburrimientos suicidas. Hace tiempo que mis fiebres de lucidez han bajado, duermo mucho y casi nunca tampoco recuerdo nada, que pueda decidir… No puedo darte garantías de vos, menos de mí. Olvido mis deseos y asisto como un espectador distraído al teatro de mis obsesiones. Mis sueños son exigentes, imprecisos y fantásticos, como los de cualquiera. Al despertar, los veo en la cama desordenados entre la ropa y las frazadas. Cuando cruzo el patio para ir al baño, dejo abierta con disimulo la puerta; es un pacto silencioso, les doy tiempo para que partan y me dejen reencontrar con la ropa y las tostadas. ¿Cómo son tus mañanas? ¿Son aún los fragmentos dispersos de las conquistas de la noche? Me gustaría saber éstas cosas, y también que el fondo del aire se llenara ahora mismo de la canción con la que saludas al sol que te ve salir desde el balcón.
Creo que las cosas pueden hacerse sin creer, con la misma fuerza que gotea de los zapatos que nos hartan en subtes y pasillos. Pero para eso precisamos recogerlo todo, saltar del tren en movimiento y partirse de algún modo la cabeza: “No tenemos tanto tiempo, dijo Juan el inmortal”.
Recuerdo cuándo hacías del olvido una forma de la libertad, me animabas diciendo que al olvidarlo todo, todo empezaba de algún modo de nuevo. Lo que nunca decía (tal vez porque entonces no sabía cómo decirlo) era que no se trataba del olvido, sino de la estampida de todo y quedarse uno allí con la memoria saturada pero imprecisa y sin contenido. Algo que está antes de la lengua y el tacto, como la persistencia de la que hablas, que es una desaparición también… La memoria puebla aquí como una sustancia, un animal que vive adentro de nosotros, como ella, como la canción que machacaba mi cabeza, un disco de acero en la alarma de la fábrica de noche. Lo peor de todo, creo saberlo ahora, es que no se trataba de ninguna de estas cosas, lo entendí más tarde, o nunca quise verlo.
Y esto que queda es una arcada de pura saliva, la nostalgia fácil y dulce de una canción de fin de mundo, pero también una sonrisa, burlarse un poco, saludar al aire, sacar el pie antes de que la pileta se vuelva solo pura gravedad y sangre, y sean nuestros cuerpos inertes los que naden por nosotros. Vuelvo a deambular por la calle, estoy yendo para allá, camino sin rumbo y no es que sepa adónde ir. Me despido, la lúcida alucinación que sostuvo a este cuerpo el tiempo suficiente para organizar estas palabras se hace ceniza, que silba sobre sí misma y se desvanece en la invención de esta escritura que te mando.